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En los orígenes del arquetipo: las doce voces interiores de la narrativa simbólica según Carol S. Pearson

  • Foto del escritor: bretonamadeus
    bretonamadeus
  • 14 may
  • 17 Min. de lectura

Actualizado: 28 jul

Mujer de espaldas frente a un espejo antiguo. Su reflejo sureal de su propia espalda. Imagen simbólica del alma mirándose a sí misma en un gesto introspectivo y silencioso dentro de la narrativa simbólica.
El alma se ve a sí misma, dentro del lenguaje íntimo de la narrativa simbólica.

¿Y si lo que llamamos transformación no viniera de afuera, sino del acto profundo de nombrar lo que somos?


Este artículo es la segunda entrega de la serie “En los orígenes del arquetipo”, y explora el modelo de Carol S. Pearson, quien convirtió los arquetipos en una arquitectura vivencial del alma. Basada en la raíz simbólica de Jung, su propuesta nos invita a descubrir las doce voces interiores que guían el relato de nuestra vida, nuestras decisiones y también nuestras creaciones.


Más que clasificaciones, los arquetipos que plantea Pearson son formas de conciencia simbólica: puertas internas que se activan en los momentos clave del tránsito humano. Cada uno representa una manera de sentir, actuar, buscar y transformar.


Este recorrido es una invitación a leernos desde el símbolo, a reconocer lo que está vivo por dentro y a expresarlo con más verdad.


Una forma de narrarnos —y narrar el mundo— desde una narrativa simbólica más profunda, más coherente y más nuestra.


Un hombre de negocios moderno enfrenta a un guerrero espartano en un coliseo vacío, justo antes de la batalla. Imagen simbólica de los pares de fuerzas complementarias que componen la narrativa simbólica en el modelo de arquetipos de Carol S. Pearson, como estabilidad frente al riesgo.
Pares de fuerzas simbólicas en la narrativa arquetípica de Carol S. Pearson, donde cada figura expresa una tensión interior clave.

El arquetipo como brújula viva


¿Y si lo que llamamos transformación no viniera de afuera, sino del acto profundo de nombrar lo que somos?


No con etiquetas, ni diagnósticos, ni roles. Sino con palabras que tocan el centro. Con símbolos que no explican, pero revelan. Porque a veces no necesitamos cambiar de vida, sino de lenguaje. Nombrar distinto lo que ya está en movimiento.


Hay momentos en que el alma pide mapa. No porque esté perdida, sino porque está lista para ver con nuevos ojos. Ahí es donde los arquetipos aparecen no como conceptos, sino como espejos. Formas vivas del alma, inspiradas en la mirada de Carl Jung, que nos ayudan a reconocer quién está al mando dentro de nosotros: ¿el Guerrero o el Huérfano? ¿el Mago o el Bufón?


Carol S. Pearson entendió eso con claridad. Tomó la visión simbólica de Jung y la tradujo a una arquitectura interior que puede ser vivida, aplicada, compartida. No redujo los arquetipos junguianos: los ordenó para que pudieran acompañar procesos reales. De vida, de creación, de transformación simbólica, y también de comunicación.


Su propuesta no busca encasillar. Busca ofrecer un lenguaje simbólico que sirva como brújula: para el alma en crisis, para el relato que busca forma, para la marca que quiere ser coherente. Pearson no trabaja desde el misterio, sino desde la claridad profunda. Y es desde allí que propone su mapa de doce arquetipos, raíz de una narrativa simbólica viva y orientadora.


¿Cómo llegó a esa visión? ¿Qué une lo simbólico con lo cotidiano? Ahí comienza su travesía.


Explorador de espaldas, vestido con ropa de comienzos del siglo XX, se adentra en una selva densa y misteriosa. Imagen simbólica del arquetipo del Explorador según Carol S. Pearson, como figura que busca lo desconocido dentro de la narrativa simbólica y el subconsciente humano.
El Explorador entra en la selva profunda del inconsciente y de lo aún no revelado.

La propuesta de Pearson: una arquitectura de la narrativa simbólica


Carol S. Pearson no llegó a los arquetipos desde la abstracción, sino desde la necesidad de ofrecer una herramienta que pudiera ser vivida. Tomó la profundidad simbólica de Jung y la estructura narrativa del viaje del héroe —inspirada en Campbell—, y las transformó en un modelo claro, accesible y aplicable a la experiencia cotidiana.


Para ella, el arquetipo no es solo una figura interna: es una fuerza en movimiento. Una energía que guía, tensiona, inspira y transforma. Y si logramos reconocer qué arquetipo se está expresando en un momento de la vida, podemos actuar con más conciencia, alinearnos con lo que de verdad se está gestando en nosotros. Esa es la raíz de una verdadera transformación simbólica.


Así nació su modelo de doce arquetipos, organizados a partir de seis motivaciones humanas universales. Pearson no los plantea como una clasificación fija, sino como una arquitectura simbólica: un mapa del alma en tránsito. Cada arquetipo representa una forma de habitar una tensión vital, un deseo profundo, un desafío psíquico.


Estas motivaciones se agrupan en tres pares de fuerzas complementarias:


  • Estabilidad vs. Riesgo: Entre el deseo de seguridad y el impulso de aventura.

  • Pertenencia vs. Independencia: Entre el anhelo de conexión y la afirmación del yo.

  • Cambio vs. Verdad: Entre la necesidad de transformación y la búsqueda de sentido.


Cada arquetipo responde a uno de estos movimientos del alma. No son casillas: son momentos. Etapas. Energías que se activan según lo que estemos viviendo, deseando, buscando. Este enfoque convierte a los arquetipos junguianos en aliados cotidianos, y no en ideas abstractas. Una forma de llevar la narrativa simbólica al terreno de lo vivido.


¿Qué voces viven dentro de este mapa? ¿Qué formas toma el alma cuando se expresa a través de cada uno?

En el siguiente bloque, las conoceremos una por una.


Niño pequeño, con ropa desgastada y rostro sucio, camina solo por una calle empedrada y vacía. Imagen simbólica del arquetipo del Huérfano según Carol S. Pearson: vulnerabilidad, pérdida y la fuerza interior que nace del abandono.
Huérfano, figura de profunda humanidad en la narrativa simbólica de Pearson.

Las doce voces del alma: los arquetipos de Pearson


Cada arquetipo es una puerta. Una forma de estar en el mundo, de responder a lo que nos toca, de procesar lo que nos atraviesa. No se eligen: nos habitan. A veces emergen con fuerza, otras se ocultan hasta que algo los convoca.


Carol S. Pearson los presenta no como etiquetas, sino como estructuras vivas del alma. Figuras internas que pueden guiar, confundir, inspirar o sanar, dependiendo de cómo las escuchemos. Habitar un arquetipo es reconocerse en una fase de la vida, en un impulso del ser, en una lección por aprender. En este sentido, los arquetipos funcionan como símbolos del alma en movimiento.


Aquí están, uno por uno, sus doce arquetipos, cada uno con su propia energía, tensión y potencial. En conjunto, componen un mapa interno de narrativa simbólica, donde cada figura revela un aspecto esencial de nuestro viaje interior. Una lectura contemporánea, aplicada, y fiel al legado de los arquetipos junguianos:



1. El Inocente


Significado simbólico


El Inocente es el arquetipo de la pureza primordial. Confía porque aún no ha sido herido —o porque, a pesar de haberlo sido, elige seguir mirando con ojos limpios. Cree que el mundo es, o puede volver a ser, un lugar bueno si somos fieles a lo esencial. Su luz es la fe; su sombra, la negación o la ingenuidad. Representa la parte de nosotros que anhela lo sagrado, la belleza sin culpa, el retorno a un estado de gracia interior.


El Inocente no es inmaduro: es arquetípicamente limpio. Es el alma antes del exilio, la mirada sin cinismo, la memoria de lo no corrompido. Aparece cuando necesitamos creer, cuando todo se oscurece y aún así algo dentro nuestro se rehúsa a perder la esperanza.


Narrativa simbólica


Cuando habita un relato, el Inocente no impulsa la acción externa, sino que sostiene el sentido profundo. Es la vibración intacta de lo que justifica el viaje. Su función no es cambiar el mundo, sino recordar por qué vale la pena habitarlo. Su presencia mantiene viva la fidelidad al origen: a lo que soñábamos antes de adaptarnos.


El Inocente aparece en los comienzos, pero también en los retornos. Es símbolo de toda visión que conserva su alma incluso después del conflicto. Cuando el Inocente habla en una historia, algo en ella se purifica: vuelve a su centro, a su verdad más clara. No es estrategia: es presencia. No es ingenuidad: es memoria del alma antes del miedo.



2. El Huérfano


Significado simbólico


El Huérfano es el arquetipo de la pérdida fundacional. Ha dejado atrás la inocencia —por traición, abandono o simplemente por crecer— y sabe, en carne viva, que la vida puede herir. Pero en lugar de endurecerse, busca pertenecer. Su sabiduría nace del dolor, y su fuerza más honda es la compasión: comprende lo roto porque ha estado ahí.


El Huérfano es conciencia del desamparo, pero también del deseo de cuidado. Representa ese instante en que el alma ya no cree en promesas vacías, pero aún anhela verdad. Su sombra es el cinismo, la victimización o la desconfianza perpetua. Su luz es la ternura que sobrevive a la fractura.


Narrativa simbólica


En el relato, el Huérfano introduce una humanidad que desarma. Su sola presencia obliga a abandonar los discursos heroicos y mirar la herida sin filtro. No es quien lidera la acción, sino quien le da profundidad. Es el temblor que fractura los ideales, el hueco que revela el alma en su forma más vulnerable.


El Huérfano no grita: respira en los silencios. Su arquetipo no necesita ser explicado, porque se reconoce en lo que duele. Y cuando aparece, el relato se vuelve más hondo —no porque haya una solución, sino porque hay una verdad. Él no enseña a vencer: enseña a resistir con dignidad.



3. El Guerrero


Significado simbólico


Actúa con firmeza. Protege lo que ama, lucha por lo justo, corta con lo falso. Su poder es la claridad de propósito; su virtud, la determinación que transforma.


Pero su sombra es el endurecimiento: cuando la lucha se vuelve adicción, cuando la verdad se convierte en dogma, cuando el enemigo externo es solo el reflejo de una batalla interna no resuelta. Puede volverse controlador, intransigente, o devorar todo en nombre de una causa que ya no escucha al alma.


Es la fuerza que dice “basta”, pero debe aprender también a soltar la espada.


Narrativa simbólica


En la narrativa, el Guerrero no es quien gana batallas: es quien las honra. Su aparición convierte el conflicto en destino, la prueba en llamado, el obstáculo en afirmación.


Es la figura que defiende el sentido profundo del relato. Pero cuando está en sombra, impone, agrede, polariza. El relato entonces se vuelve rígido, pierde compasión.


Su madurez llega cuando descubre que no toda guerra se gana luchando… y que a veces la mayor victoria es bajar el arma y escuchar.



4. El Cuidador


Significado simbólico


Sostiene, nutre, abraza. Es la presencia que alivia sin pedir nada a cambio. No se define por lo que da, sino por cómo permanece. Encierra el misterio de la entrega silenciosa, de la ternura que sostiene incluso en el desgaste.


Su luz es el amor que se ofrece sin medida; su sombra es la autoanulación: el olvido de sí, el sacrificio excesivo, la dependencia emocional disfrazada de entrega. En su herida, puede volverse mártir o manipulador afectivo, esperando retribución por lo que no se atrevió a pedir.


Es el alma que ama a través del cuidado, pero que debe aprender a cuidarse también a sí misma.


Narrativa simbólica


Cuando el Cuidador entra en la trama, el relato deja de correr. Se detiene en el cuerpo, en el tacto, en lo humano. No viene a resolver la historia, sino a proteger lo que la hace habitable.


Su fuerza simbólica no está en lo que transforma, sino en lo que sostiene. Es el gesto que no cambia el destino, pero lo redime. Si está en sombra, puede ahogar el relato en dependencia, sobreprotección o culpa.


Su madurez llega cuando el gesto de cuidado no nace del deber ni del vacío, sino de la plenitud de estar presente.



5. El Explorador


Significado simbólico


Busca lo que aún no ha sido nombrado. Se lanza más allá de lo conocido por lealtad a una voz interior que dice: “esto no es todo”. Su brújula no es el mapa, sino el deseo de autenticidad.


Su luz es la libertad interior; su fuego, la fidelidad al llamado. Pero su sombra es el desarraigo: huir en lugar de buscar, cambiar de rumbo para no confrontar, confundir movimiento con profundidad. Puede caer en la ilusión de que “en otra parte” está lo real, y quedarse atrapado en una peregrinación sin encuentro.


Es quien se atreve a ir más allá… pero también quien debe aprender a volver.


Narrativa simbólica


Narrativamente, el Explorador no lleva al héroe a un lugar: lleva al relato a una profundidad distinta. Es quien rompe la narrativa lineal y la convierte en deriva simbólica. Donde el camino parecía trazado, él abre una grieta.


Cuando está en su luz, su presencia expande el horizonte, transforma la trama en búsqueda viva. Pero cuando se mueve desde la sombra, disuelve la estructura, evita el compromiso, convierte el relato en fuga.


Su madurez ocurre cuando comprende que explorar no es escapar, sino habitar con conciencia lo desconocido —incluso si ese lugar es uno mismo.



6. El Rebelde


Significado simbólico


Rompe lo dado. Cuestiona lo que otros han naturalizado. Su fuego puede quemar o alumbrar. Encierra la chispa de la transformación profunda: aquello que no se conforma, que percibe lo falso aunque todos lo aplaudan.


Su fuerza simbólica es la rabia lúcida, una energía que busca desatar lo reprimido y denunciar lo impostado. Pero su sombra es el resentimiento: cuando no transforma, se encierra en la negación, cuando no construye, destruye por hábito. Puede quedar atrapado en la identidad de la oposición, sin saber ya qué afirma.


El Rebelde no es quien grita por gritar. Es quien, cuando madura, reconoce que su furia era amor por algo más verdadero.


Narrativa simbólica


Narrativamente, el Rebelde es el punto de quiebre. No por capricho, sino por necesidad simbólica. Interrumpe la inercia del relato, revela la fractura oculta bajo la forma. Allí donde el discurso parecía cerrado, él introduce el umbral.


Su aparición no siempre es bienvenida: sacude, incomoda, confronta. Pero sin él, el relato no se renueva. Su energía no busca destruir el mundo, sino liberar una posibilidad más auténtica. Su madurez narrativa ocurre cuando aprende a nombrar lo nuevo, no solo a derribar lo viejo.



7. El Amante


Significado simbólico


Desea unión. No solo erótica: también con la belleza, la intimidad, lo vivo. Su luz es la devoción: se entrega sin reservas, habita lo que ama con todo el cuerpo y toda el alma. Es el anhelo de comunión, de vibrar al unísono con lo otro.


Pero su sombra es la fusión que anula: cuando el deseo de unión se vuelve pérdida de centro. El Amante puede volverse adicto a la emoción, esclavo del vínculo, incapaz de distinguir entre amar y desaparecer en el otro. Su fuerza se vuelve fragilidad cuando no hay límite.


Cuando madura, su amor ya no necesita poseer: basta con presenciar con totalidad.


Narrativa simbólica


Cuando aparece el Amante, la trama se vuelve experiencia sensorial. El relato despierta la piel, se vuelve cuerpo, mirada, respiración. No sostiene el argumento ni resuelve la acción: intensifica la vida.


Su fuerza simbólica no está en que sea correspondido, sino en que dice lo que siente sin censura. Su presencia convierte lo narrado en presencia viva. Y en esa presencia, el relato arde, florece o se rompe… pero nunca vuelve a ser igual.



8. El Creador


Significado simbólico


Da forma a lo invisible. Su impulso nace del alma: transformar el caos en símbolo, el sentir en lenguaje, el mundo en obra. El Creador no solo inventa: revela. Su don es la imaginación encarnada, la visión que cobra forma.


Pero su sombra es la tiranía de la perfección: cuando la creación se vuelve obsesión, cuando ya no se crea por necesidad interna, sino por miedo a no ser suficiente. También puede encerrarse en su mundo interior, aislándose de la vida por temor a la mediocridad del afuera.


Cuando encuentra equilibrio, el Creador recuerda que crear es un acto de verdad, no de control.


Narrativa simbólica


En la narrativa, el Creador introduce la potencia de lo nuevo. Es quien traduce lo intangible en estructura, quien vuelve símbolo lo informe. Cuando aparece, el relato se transforma en gesto poético: deja de narrar hechos y comienza a invocar sentidos.


No siempre es protagonista: a veces es el arquitecto invisible de la trama. Pero sin su mirada, la historia se desvanece. Porque el Creador es el que recuerda que toda vida —y todo relato— puede ser obra.



9. El Bufón


Significado simbólico


Ríe para no mentir. El Bufón no evade el dolor: lo exhibe con risa, lo subvierte con burla, lo humaniza con juego. Su verdad no es solemne, pero es punzante. Ve lo que los demás temen mirar y lo dice sin filtro, porque no busca aprobación, sino libertad.


Su sombra es el cinismo: cuando deja de reír con el alma y comienza a reír de ella. Puede caer en la evasión, en el disfraz perpetuo, en la herida que solo sabe hablar en chiste. También puede destruir sin compasión, confundir irreverencia con crueldad.


Pero en su versión más lúcida, el Bufón revela que la verdad también puede jugar.


Narrativa simbólica


Cuando entra en escena, la historia cambia de tono… y de profundidad. El Bufón no interrumpe la trama: la desnuda. Rompe la ilusión de control, quiebra lo solemne, expone el artificio. Su presencia no es ligera: es necesaria. A través de él, el relato recupera humanidad, paradoja y vitalidad.


Donde todo se había vuelto grave, el Bufón reintroduce el alma.



10. El Sabio


Significado simbólico


Observa en silencio. El Sabio no acumula datos: busca sentido. Su verdad no viene del control, sino de la escucha profunda. Representa la mirada lúcida, el discernimiento, la conexión con lo esencial. Su luz es la comprensión; su sombra, el desapego frío.


Cuando olvida el corazón, puede volverse juez, distante, soberbio en su certeza. Cuando teme el error, se refugia en la teoría. Pero en su forma más íntegra, el Sabio revela lo invisible sin imponerlo. Su saber no grita: guía.


Narrativa simbólica


En la historia, el Sabio no empuja la acción: la orienta. Su aparición marca un giro interior, un momento de visión. No da soluciones, da perspectiva. Su presencia convierte el relato en una pregunta más amplia, más lenta, más profunda.


Es el umbral entre el caos y el sentido. La voz que no responde, pero acompaña a preguntar mejor.



11. El Mago


Significado simbólico


Transforma sin imponer. El Mago no es quien hace trucos, sino quien conoce las leyes invisibles que rigen el alma y el mundo. Su fuerza es la alquimia: convierte lo herido en camino, lo oscuro en sentido. Su luz es la transmutación; su sombra, la manipulación.


Cuando olvida su centro, puede usar su poder simbólico para controlar o seducir. Su sombra es el ilusionista que finge profundidad. Pero cuando está en su verdad, el Mago sabe que no transforma solo lo externo, sino también su propia mirada.


Narrativa simbólica


Cuando el Mago entra en la historia, algo cambia de forma. No con violencia, sino con conciencia. Su presencia no agita: transforma. Abre portales simbólicos, une lo separado, revela el lenguaje secreto de las cosas.


En la narrativa simbólica, el Mago no resuelve la trama: la reencanta. Hace visible lo invisible. Y en ese gesto, lo imposible se vuelve tránsito.



12. El Gobernante


Significado simbólico


Ordena el caos. No por control, sino por responsabilidad. El Gobernante representa la capacidad de sostener estructuras, proteger lo que importa y decidir con visión. Su luz es la autoridad con propósito; su sombra, la rigidez, el narcisismo, la tiranía.


Cuando olvida su raíz simbólica, se aferra al poder por miedo a perderlo. Pero cuando habita su centro, lidera desde el alma: no para dominar, sino para dar forma al sentido colectivo.


Narrativa simbólica


Narrativamente, el Gobernante no es quien manda, sino quien da coherencia. Aparece cuando la historia necesita dirección, cuando el relato pide estructura sin sofocar la vida. Su fuerza está en crear un mundo habitable.


Cuando está en sombra, impone su ley. Pero cuando está en verdad, es el alma que asume el cuidado de un destino compartido.



Estos arquetipos no son piezas estáticas. Se activan, se apagan, se entrelazan. Una misma persona puede habitarlos todos, en distintos momentos, según el ritmo de su alma.


Y si aprendemos a reconocerlos, también podemos usarlos: para narrarnos con más verdad, para crear con más alma, para vivir con más conciencia.En definitiva, para habitar una narrativa simbólica que sea reflejo y brújula.


Pero los arquetipos no viven solo dentro. También se expresan en lo que hacemos, en lo que creamos, en cómo nos contamos ante los demás.


¿Cómo traducir este mapa interior en relato, en obra, en marca?

Eso es lo que veremos a continuación.


Joven adulto encendiendo fuego frente a una estatua rota o un muro con símbolos antiguos rayados, en un entorno de comienzos del siglo XX. Imagen del arquetipo del Rebelde como figura de ruptura y transformación dentro de la narrativa simbólica.
Rebelde, figura de tensión simbólica, ruptura y transformación profunda en la narrativa simbólica.

Del alma al relato: narrativas, creación y marca con arquetipos


Reconocer los arquetipos no es un ejercicio intelectual. Es un acto de conciencia simbólica. Una forma de alinear lo que sentimos, lo que hacemos y lo que expresamos. Cuando sabemos qué figura nos habita —o cuál nos falta—, podemos vivir, crear y comunicar desde un centro más claro.


Carol S. Pearson llevó esta intuición aún más lejos. Vio que los arquetipos junguianos no solo están en las personas: también están en las historias que contamos, en las obras que creamos, e incluso en las marcas y el branded content que construye sentido colectivo.


Porque toda narrativa, cuando es auténtica, tiene alma. Tiene una fuerza simbólica que le da coherencia y potencia. Pearson propuso entonces una lectura radical pero simple: las marcas también pueden habitar arquetipos, y cuando lo hacen con conciencia, generan resonancia real.


Una marca Creadora, por ejemplo, no solo vende innovación: materializa una visión. Una marca Cuidadora no solo entrega un servicio: acompaña, sostiene, protege. Una marca Rebelde no solo rompe esquemas: expresa una necesidad cultural de cambio. Y así con cada uno.


Este enfoque abrió una nueva dimensión: la del relato con sentido simbólico. Ya no se trata solo de persuadir, sino de revelar una verdad interior. De construir vínculos que no se basan en el impacto, sino en la coherencia emocional. En mostrar quién soy, para que el otro pueda reconocerse también.


Así, los arquetipos pasan de ser patrones internos a convertirse en claves narrativas y creativas. Permiten a las personas y a las marcas contar historias con raíz, con propósito, con memoria. Es decir, habitar una verdadera narrativa simbólica, donde cada gesto comunica desde el alma.


Porque el símbolo no es solo un lenguaje del alma. También es una forma de comunicación profunda entre el yo y el mundo.


Enfermera de espaldas, de pie en una habitación con camas de hospital, en un entorno de comienzos del siglo XX y luz cálida. Imagen simbólica del arquetipo de la Cuidadora, que representa la contención, la dedicación y el cuidado silencioso en la narrativa simbólica.
La Cuidadora en la narrativa simbólica: dedicación sin gesto, presencia que sostiene.

¿Para qué los arquetipos? El poder simbólico de reconocerse


Los arquetipos no son categorías. Son espejos. Nos permiten ver lo que está activo en nosotros, incluso cuando no lo entendemos del todo. Reconocerlos no es encasillarse: es escuchar con más profundidad lo que el alma intenta expresar.


Para Carol S. Pearson, este acto de reconocimiento es una forma de libertad. Porque cuando nombramos lo que nos mueve, lo que nos hiere, lo que nos impulsa, podemos actuar desde un lugar más consciente. Vivimos menos a ciegas. Nos narramos con más verdad.


Su modelo no busca simplificar al ser humano, sino ofrecerle una brújula simbólica: una forma de orientarse en los momentos de tránsito, de crisis, de creación. Nos dice: no estás perdido, estás en un arquetipo. Y eso ya es un mapa. Ya es una posibilidad de transformación simbólica.


Pero esa transformación no se queda en lo personal. Cada vez que alguien se reconoce, también transforma el relato colectivo. Porque al vivir con más autenticidad, también comunica con más profundidad. Y ese gesto —vital, narrativo, creativo— tiene el poder de reencantar el mundo.


Ahí es donde la narrativa simbólica se vuelve esencial.


Porque no basta con sentir: también es necesario darle forma al tránsito interior. La narrativa simbólica no es un modelo externo ni una estructura técnica, sino la forma viva que toma el símbolo cuando se vuelve relato. Es la posibilidad de contar desde dentro. De permitir que el símbolo hable a través de nosotros, y que lo arquetípico se vuelva lenguaje compartido.


La propuesta de Pearson, entonces, es simple y radical: nombrarnos para habitarnos mejor. Y desde ahí, crear, cuidar, cambiar o gobernar —según lo que el momento del alma pida. Una invitación a integrar los símbolos del alma en el relato que elegimos vivir.


Y así como Jung abrió la puerta al símbolo, y Pearson lo tradujo a una arquitectura de vida, la siguiente autora nos invita a detenernos ante la imagen misma: a no interpretarla, sino a habitarla.


Sallie Nichols no utilizó el tarot como predicción, sino como espejo simbólico del alma. Su lectura junguiana de los arcanos mayores despliega una narrativa simbólica profunda, donde cada imagen es una etapa del viaje interior.


Será con ella que daremos el siguiente paso: una exploración del tarot como lenguaje vivo, poético y transformador.


Los arquetipos no son categorías. Son espejos. Nos permiten ver lo que está activo en nosotros, incluso cuando no lo entendemos del todo. Reconocerlos no es encasillarse: es escuchar con más profundidad lo que el alma intenta expresar.




📚 Recursos recomendados


Para profundizar en cómo los arquetipos configuran nuestra experiencia y cómo la narrativa simbólica puede sostener una transformación profunda y auténtica, te comparto estos contenidos clave:


🔰 En los orígenes del arquetipo: una serie desde Jung hasta Nichols en la narrativa simbólica

Introducción a la serie. Una mirada general sobre el arquetipo como forma viva del alma y su relevancia en el relato, la creación y la imagen interior.


🧠 En los orígenes del arquetipo: narrativa simbolica del alma segun Carl Jung

 Una introducción a la mirada junguiana sobre los arquetipos, su relación con el inconsciente colectivo y su vigencia como lenguaje interior.


🔮 En los orígenes del arquetipo: el tarot como narrativa simbólica del alma según Sallie Nichols

Una lectura del tarot como mapa psíquico, donde cada imagen refleja un tránsito interior. Nichols propone habitar los arcanos como símbolos vivos del proceso de individuación.



🌌 En los orígenes del arquetipo: habitar la narrativa simbólica con James Hillman 

Una invitación a vivir el símbolo desde lo poético y lo imaginal. Hillman propone un alma que se expresa a través de imágenes, no conceptos.



🌍 Fuentes externas esenciales


Obra fundamental donde Pearson presenta su modelo de doce arquetipos como guía de transformación personal y colectiva.


Una exposición directa de Carol S. Pearson, donde explora cómo los arquetipos no solo viven dentro de nosotros, sino que nos acompañan como aliados en los momentos clave de transformación.


Una introducción directa de la autora sobre su visión de los arquetipos, su vínculo con Jung y cómo pueden aplicarse a la transformación personal, narrativa y organizacional.



✍️ Otros recursos del autor


Aplicación directa de los simbolos en la creación de relatos de marca con raíz simbólica y coherencia emocional.


Cómo construir narrativas con alma desde el gesto, el simbolo y el arquetipo.



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