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En los orígenes del arquetipo: Narrativa simbólica del alma según Carl Jung

  • Foto del escritor: bretonamadeus
    bretonamadeus
  • 12 may
  • 16 Min. de lectura

Actualizado: 28 jul

Figura arquetípica del bufón de cuerpo completo en postura juguetona. Imagen simbólica que representa al trickster junguiano como fuerza disruptiva en la narrativa simbólica, capaz de romper estructuras y activar la transformación.
El bufón, energía simbólica que interrumpe, rompe reglas y abre el camino hacia la renovación.

¿Y si todo comenzara cuando algo se quiebra?


Esa fisura —íntima, invisible, inevitable— puede ser la entrada a un territorio más profundo: el alma simbólica.


Este artículo inaugura la serie “En los orígenes del arquetipo”, un viaje a través del pensamiento de Carl Gustav Jung, Carol S. Pearson, Sallie Nichols y James Hillman para comprender cómo los arquetipos operan en lo más hondo de la experiencia humana.


En esta primera entrega exploramos cómo Jung abrió las puertas del inconsciente colectivo al reconocer la fuerza viva de los símbolos del alma.


Desde visiones personales hasta la formulación de los arquetipos junguianos, este texto propone un descenso narrativo hacia las raíces de una narrativa simbólica que no solo interpreta el alma, sino que la escucha.


Un punto de partida para quienes desean crear su propio relato desde un lugar más verdadero: con propósito, con memoria, con sentido.


Libro de tapa roja con una cruz solar roja y blanca al centro, enmarcada dentro de un sol, representación simbólica de El Libro Rojo de Jung y la narrativa simbólica como puerta al alma.
Cruz solar, símbolo de integración, centro y despertar del alma simbólica.

El alma como imagen


¿Y si todo comenzara cuando algo se quiebra?


Una fisura. Un sueño que nos inquieta. Una pérdida. Una voz que no sabemos de dónde viene.


¿Y si lo que llamamos crisis fuera, en realidad, la entrada a una cueva? Un descenso inevitable hacia lo desconocido. No para huir, sino para recordar.


En esa oscuridad, empiezan a aparecer imágenes. No son ideas ni recuerdos. Son presencias. Formas antiguas que emergen desde el fondo del alma, cargadas de sentido. No las entendemos, pero nos conmueven. Como si dijeran algo que siempre supimos.


Esas presencias —que visitan nuestros sueños, nuestros cuentos, nuestras visiones— no surgen solo de lo personal. Vienen de un fondo más vasto, más profundo. Una especie de memoria común a todos los seres humanos. A ese territorio interior, Carl Gustav Jung lo llamó inconsciente colectivo.


Jung no fue simplemente un psiquiatra. Fue un explorador del alma simbólica. Un hombre que se atrevió a entrar en su propia cueva. Lo que encontró allí no fue locura, ni caos, sino un orden simbólico más allá de la razón. Y al seguir el rastro de esas imágenes, comenzó a trazar un mapa: el mapa de los arquetipos junguianos.


Pero ¿cómo llegó hasta allí? ¿Qué lo empujó a mirar donde otros no querían mirar?


Ese viaje interior, más que intelectual, fue una travesía radical del alma. Y ahí comienza la historia que necesitamos contar. Una historia que hoy nos permite comprender los símbolos del alma como base profunda de toda narrativa simbólica.



Carl Gustav Jung en su estudio, concentrado sobre una bitácora abierta mientras dibuja símbolos. Representación íntima del proceso creativo y visionario que dio origen a su narrativa simbólica.
El origen vivencial del arquetipo y la narrativa simbólica como expresión del alma.

La travesía de Jung hacia el arquetipo y su narrativa simbólica


Todo comenzó con una ruptura. Jung se separó de Freud no solo por una diferencia teórica, sino por un movimiento más profundo: una intuición que lo alejaba del enfoque exclusivamente sexual y racional de la psique. Algo en él sabía que el alma no podía reducirse a causas, ni explicarse solo desde el terreno exlu.


Lo que siguió no fue un camino académico, sino una crisis. Una grieta. El inicio de su propio descenso.


Durante años, Jung vivió en la frontera entre el mundo cotidiano y un universo interior que se abría cada vez con más fuerza. Empezó a registrar sueños, a seguir imágenes espontáneas, a dialogar con figuras que emergían sin control consciente.


No las negó ni las patologizó. Las escuchó. Las dibujó. Las dejó hablar. Fue así como su vida comenzó a girar en torno a un lenguaje distinto: el de los símbolos.


Este proceso quedó registrado en un manuscrito personal y visionario que más tarde se conocería como El Libro Rojo. No es un tratado ni una obra científica. Es un testimonio de alma. Allí, Jung volcó las visiones, mandalas, conversaciones interiores y relatos que dieron forma a su comprensión simbólica del mundo. Un cuaderno sagrado donde el pensamiento se convirtió en imagen, y donde emergió la estructura pura de una narrativa simbólica.


Fue en ese descenso que comprendió algo esencial: que las figuras que lo visitaban no eran sólo suyas. No venían de su historia personal. Había algo en ellas que pertenecía a todos.


Así nació su idea del inconsciente colectivo: un estrato profundo de la psique donde viven formas universales —los arquetipos junguianos— que se expresan en toda experiencia humana.


Anciano medieval en su estudio rodeado de libros, mapas y símbolos antiguos. Imagen que representa al arquetipo del Sabio y la contemplación profunda del alma a través de los arquetipos junguianos en la narrativa simbólica.
El Sabio, guía ancestral en la narrativa simbólica según Jung.

El nacimiento del arquetipo: qué es, cómo actúa, cómo nos toca


Jung no llegó al concepto de arquetipo desde la teoría, sino desde la experiencia. Lo vivió antes de nombrarlo. Fue a través de visiones, sueños, imágenes que surgían sin control consciente, que comenzó a percibir una constante: esas figuras parecían tener una vida propia. No respondían a sus deseos, ni a su historia personal. Había en ellas una fuerza, una forma, una intención.


Así nació la idea de los arquetipos: formas universales del alma que habitan el inconsciente colectivo. La palabra viene del griego arkhé (origen, principio) y typos (impresión, huella, modelo). Un arquetipo es, literalmente, una huella original. Una forma primordial que deja marca.


No son ideas fijas ni personajes definidos. Son potencias psíquicas, estructuras invisibles que moldean el contenido de nuestra experiencia sin ser ellas mismas contenido. Como moldes ocultos, los arquetipos junguianos organizan la forma en que sentimos, imaginamos, soñamos, narramos.


Se manifiestan en sueños que no entendemos, en cuentos que se repiten desde hace siglos, en obras de arte, en mitos que atraviesan culturas, en síntomas que parecen hablar otro idioma. Aparecen como imágenes, como atmósferas, como presencias que resuenan más allá de lo racional.


Cuando un arquetipo se activa, lo sentimos: nos habita algo que no controlamos del todo, pero que tiene sentido profundo. Se convierten en símbolos del alma, ofreciendo claves que van más allá de la lógica.


Interiormente, los arquetipos operan como organizadores simbólicos. Nos afectan emocional y psíquicamente. Marcan etapas vitales, crean tensiones, despiertan búsquedas. Nos acompañan, nos confrontan, nos transforman. Son como ríos subterráneos que moldean el paisaje interior aunque no siempre los veamos.


Pero, si son formas, ¿qué formas toman?

¿Qué figuras se repiten una y otra vez en el alma humana?


En el siguiente bloque, abrimos esa puerta. Una puerta también hacia un tipo de storytelling con propósito, donde narrar es recordar lo esencial.



Arquetipos de jung en la narrativa simbolica, que estan en nuestro inconsciente y nos guian
Los arquetipos, formas del alma que nos habitan, nos tocan y nos guían.

Las formas del alma: principales arquetipos según Jung


Los arquetipos no son personajes. Son presencias psíquicas primordiales, formas vivas del alma que emergen del inconsciente colectivo, ese estrato profundo de la psique que compartimos todos los seres humanos, más allá de la cultura o la historia. Jung los describía como estructuras universales de la psique, moldes invisibles que organizan nuestras percepciones, emociones, sueños y relatos.


Aunque no tienen forma fija, se manifiestan a través de imágenes simbólicas: a veces con rostro claro, otras como una emoción intensa, un sueño que sacude, una historia que nos transforma, o una crisis que nos obliga a cambiar. Son expresiones del alma que nos guían, nos interpelan y, sobre todo, nos invitan a crecer.


En el corazón de la psicología analítica está el proceso de individuación: el camino de integración de los opuestos internos, en el que el yo consciente se encuentra con lo inconsciente y se transforma. Los arquetipos son las figuras simbólicas que jalonan ese viaje interior, que actúan como umbrales, pruebas, aliados o revelaciones. Y aunque parezcan antiguos, siguen vivos. Porque hablan el idioma del alma.

Entre los que Jung exploró con más profundidad, hay algunos que siguen apareciendo —una y otra vez— como figuras esenciales de nuestro viaje interior:



El Yo (Ego)


El Yo es el centro de la conciencia, la instancia desde la cual percibimos, decidimos y nos reconocemos como sujetos. Es el “yo soy” cotidiano, el organizador de la experiencia inmediata, el punto desde el cual construimos nuestra identidad consciente. Aunque no es un arquetipo en sentido estricto, Jung lo considera un complejo central del campo consciente, necesario para la orientación en el mundo y para establecer continuidad en la vida psíquica.


Sin embargo, el Yo no abarca toda la psique: es una isla rodeada de lo inconsciente. Su campo de visión es limitado y, con frecuencia, cree erróneamente ser el dueño y señor del alma. Por eso, tiende a identificarse con la Persona (la máscara social) o a rechazar todo aquello que perturba su equilibrio aparente.


En el proceso de individuación, el Yo debe descentrarse, es decir, reconocer que no es el todo, sino una parte de un sistema más vasto que incluye al inconsciente personal y colectivo. Esta toma de consciencia puede ser dolorosa —a veces vivida como crisis, pérdida de sentido o confrontación con la Sombra—, pero es también una oportunidad de transformación.


La tarea no es destruir el Yo, sino situarlo en relación viva con el Sí-mismo, que es el verdadero centro de la psique total. Esa rendición simbólica del Yo a algo más profundo y trascendente constituye una de las claves más esenciales de la psicología analítica: una humildad interior que permite la integración y el despliegue de la totalidad del ser.



La Sombra


La Sombra es el arquetipo de lo excluido. Representa todo aquello que el Yo consciente ha reprimido, negado, olvidado o proyectado fuera de sí mismo. No se trata únicamente de lo “malo” o lo inaceptable socialmente, sino de todo lo que no encaja con la autoimagen que construimos de nosotros mismos: instintos primarios, emociones intensas, impulsos creativos, deseos sexuales, violencia, pero también dones, talentos o aspectos luminosos que fueron rechazados o no reconocidos.


La Sombra no es un “enemigo”, sino una parte viva y autónoma del alma que actúa desde la periferia, influyendo en nuestras relaciones, reacciones y juicios, muchas veces de forma inconsciente. En sueños, visiones o relatos simbólicos, suele manifestarse como figuras oscuras, animales salvajes, dobles, perseguidos, desconocidos, criminales o enemigos. Es el espejo roto en el que se refleja lo que hemos querido olvidar.


Reencontrarse con la Sombra no es una tarea moral, sino psicológica: no se trata de eliminarla, sino de reconocerla, confrontarla y dialogar con ella. Integrarla en la conciencia es uno de los pasos más complejos y necesarios del proceso de individuación. Solo al abrazar lo que hemos temido ser, la personalidad se expande, se vuelve más real y completa.


Ánima / Ánimus


Ánima y Ánimus son los arquetipos del alma complementaria, las imágenes internas del Otro que habita en nosotros. La Ánima representa lo femenino en la psique del hombre; el Ánimus, lo masculino en la psique de la mujer. Pero no son simples proyecciones de género: son figuras mediadoras entre el yo y el inconsciente, puentes hacia el mundo simbólico, emocional y transpersonal.


Su función no es reforzar una identidad, sino abrir un diálogo con lo desconocido en uno mismo. Encarnan aquello que no somos pero que necesitamos integrar para llegar a la totalidad. Son el eco interior de lo excluido, lo olvidado, lo rechazado —pero también de lo anhelado.


Frecuentemente, aparecen en sueños, visiones o proyecciones afectivas como una mujer misteriosa o un hombre enigmático; pero su forma no es fija. También pueden manifestarse como voces interiores, ideas obsesivas, impulsos creativos, pasiones súbitas, o incluso símbolos abstractos. A veces iluminan, otras veces confunden; son guías, pero también pruebas.


Su carácter varía según el grado de relación que tengamos con ellos: una Ánima no integrada puede tornarse seductora, manipuladora o caótica; un Ánimus no reconocido puede aparecer como dogma, juicio o rigidez. Pero en su forma más alta, ambos se convierten en figuras de mediación, de sentido, de creatividad y profundidad espiritual.


Integrar estos arquetipos —escuchar su voz sin ser poseído por ella— es uno de los pasos más delicados y transformadores del proceso de individuación. Porque solo al reconocer lo otro en nosotros, podemos comenzar a ser enteramente lo que somos.



El Sí-Mismo


El Sí-mismo es el arquetipo central de la psicología junguiana. Representa la totalidad psíquica, la unidad viva que integra todas las polaridades del alma: consciente e inconsciente, luz y sombra, masculino y femenino, yo y lo otro. No debe confundirse con el ego —el centro de la conciencia—, ya que el Sí-mismo es más profundo, más vasto y más antiguo que el yo. Es el núcleo organizador de la psique, tanto su origen como su destino.


En el proceso de individuación, el Sí-mismo actúa como una presencia reguladora y orientadora. No se impone, pero llama: a través de sueños, síntomas, crisis, sincronicidades, imágenes arquetípicas. Su aparición marca momentos de transformación, de ruptura interior o de revelación.


Jung afirmaba que el Sí-mismo se manifiesta con frecuencia en los sueños como figuras numinosas: sabios, dioses, reyes, niños sagrados; o mediante imágenes estructuralmente simbólicas como círculos, mandalas, flores, piedras, árboles, templos, centros. Son formas que expresan orden, totalidad, equilibrio.


Lo paradójico del Sí-mismo es que es lo más íntimo y lo más impersonal al mismo tiempo. Es quien realmente somos en profundidad, pero también aquello que aún no hemos llegado a ser. Es la semilla y la flor. El centro que no es egoísta, sino universal. Una imagen del alma que, aunque personal, está conectada con lo transpersonal.


Encontrarse con el Sí-mismo no significa perfección, sino reconciliación interior. Es el momento en que el ser humano deja de identificarse sólo con su máscara (la Persona) o con sus heridas (la Sombra), y comienza a habitar su verdad más profunda.



El Anciano Sabio


Este arquetipo encarna la guía interior que emerge cuando el alma está dispuesta a escuchar. No es una figura que impone autoridad ni dicta verdades externas: es una presencia serena, paciente, a veces enigmática, que orienta desde una visión más profunda del ser.


Jung lo reconoció como una de las manifestaciones simbólicas del Sí-mismo, especialmente en etapas avanzadas del proceso de individuación. Representa el acceso a una sabiduría ancestral que no se adquiere por instrucción, sino que se reconoce en lo más íntimo, como si siempre hubiera estado allí.


Puede manifestarse en sueños y visiones como ancianos, sabias, animales parlantes, figuras luminosas, libros sagrados, árboles, fuegos o incluso como una voz sin rostro. No siempre llega en palabras claras: a veces es una imagen, un gesto, un silencio que revela. Su aparición suele seguir a una crisis, como si el alma necesitara perder sus certezas para poder recibir su consejo.


Es el arquetipo que nos invita a confiar en el orden profundo del alma, a orientarnos no desde el ego, sino desde el símbolo. Escuchar a esta figura no significa encontrar respuestas inmediatas, sino abrirse a otro tipo de conocimiento: uno que no se argumenta, sino que transforma.



La Gran Madre


La Gran Madre es uno de los arquetipos más antiguos y ambivalentes del inconsciente colectivo. Simboliza el principio materno originario: aquello que da vida, nutre, protege… pero que también puede sofocar, retener o devorar. Es matriz y abismo a la vez, generadora y destructora, ciclo de nacimiento y retorno.


Se manifiesta en innumerables culturas bajo figuras como Isis, Deméter, Cibeles, Kali, Coatlicue o la Virgen María. Pero también está en lo cotidiano: en la Tierra fértil, en el cuerpo que sostiene, en la noche que envuelve, en el océano sin orillas. Su presencia arquetípica se percibe como una fuerza telúrica, inabarcable, profundamente emocional.


Para Jung, la Gran Madre encarna tanto el poder del inconsciente colectivo como el riesgo de fusión regresiva. Es el símbolo de una psique que puede acoger o absorber, guiar o devorar. Representa la matriz psíquica de donde venimos y a la que inconscientemente deseamos volver —pero que debemos atravesar, no habitar.


Integrar a la Gran Madre no significa rechazarla ni rendirse a ella, sino transformar la relación simbólica con el origen: salir de la fusión infantil y establecer un nuevo vínculo con la vida, más libre, más consciente, más enraizado. Es, en muchos sentidos, el primer gran umbral de la individuación.




El Tramposo


El Tramposo, también conocido como Trickster, es el arquetipo del caos creativo, de la contradicción viviente. Es la figura que rompe las reglas para revelar lo que las reglas ocultan. No obedece jerarquías ni estructuras: se burla de lo sagrado, parodia lo serio, subvierte lo fijo. Su presencia no es cómoda, pero es necesaria: introduce el desorden que antecede a una nueva forma.


Jung lo identificó como una figura arquetípica muy primitiva, emergida del estrato más profundo del inconsciente colectivo, anterior a la moralidad y la conciencia racional. Es una fuerza liminal, ambigua, a veces absurda, que representa lo incontrolable de la psique: lo instintivo, lo contradictorio, lo inmaduro… pero también lo regenerador.


En muchas culturas aparece como coyote, cuervo, zorro, bufón, embaucador, dios menor o espíritu burlón. Puede ser torpe o brillante, sagrado o grotesco. Es el mensajero que se equivoca, el dios que roba el fuego, el payaso que revela la verdad disfrazada de risa.


El Trickster no busca destruir, sino desacomodar: sacar al Yo de su narcisismo, a la cultura de su rigidez, al alma de su estancamiento. Actúa donde hay exceso de control, represión o pretensión de pureza. Y aunque su energía puede ser destructiva, también prepara el terreno para una renovación más auténtica.


Integrar al Tramposo implica aceptar la paradoja, abrirse al error, al humor, a la disonancia, y descubrir que la psique —como la vida— no siempre sigue un camino recto. A veces, lo que parece una burla… es la puerta.



El Niño Divino (Niño Interior)


El Niño Divino es el arquetipo del potencial no contaminado, la semilla de totalidad que habita en lo más profundo del alma. No representa la infancia biográfica ni el infantilismo psicológico, sino algo mucho más esencial: una presencia luminosa, frágil y poderosa a la vez, que simboliza la posibilidad de un renacimiento interior.


Jung lo consideró una de las figuras más profundas del Sí-mismo, especialmente en sus fases germinales. Es lo nuevo que aún no ha sido colonizado por las expectativas externas, lo que nace desde el alma antes de ser condicionado por la cultura, la herida o la máscara. Por eso, su aparición —frecuente en sueños, visiones o momentos de quiebre— suele conmover: evoca una ternura sagrada, una promesa silenciosa.


Este niño no es ingenuo, es sagrado. En los mitos aparece como Horus, Dionisio, Krishna, el niño Jesús, Mithra… siempre portando una tensión: es débil y está en peligro, pero encarna un destino mayor. Es vulnerable, pero también incorruptible. Encierra un poder que aún no ha sido desplegado.


Encontrarse con el Niño Divino es reencontrar la fuente interior, la chispa intacta que puede regenerar la psique. Integrarlo no es volver atrás, sino cuidar lo que aún puede nacer. En medio del caos o del desencanto, su figura recuerda que todavía hay algo por florecer.


Un niño pequeño está sentado de espaldas, mirando un árbol solitario en la distancia, con un carro de juguete junto a él. Imagen simbólica del arquetipo del Niño en la narrativa simbólica junguiana: potencial, origen y totalidad en espera.
El Niño en la narrativa simbólica, símbolo de totalidad, origen y potencial según Jung.

Estos arquetipos junguianos no siguen un orden lineal ni obedecen a una lógica externa. Son formas vivas que emergen cuando el alma está lista, activándose como respuestas simbólicas a tensiones internas profundas. A veces se presentan como una imagen sutil; otras, como una irrupción que desestabiliza. Pero siempre aparecen con una función: abrir un umbral hacia lo que no ha sido dicho, hacia lo que pide ser reconocido.


No son solo figuras simbólicas: son estructuras del alma en tránsito. Momentos psíquicos que, al ser comprendidos e integrados, permiten no solo vivir con más profundidad, sino también crear desde un lugar más verdadero.


Porque comprender un arquetipo no es etiquetar una experiencia: es encontrarle forma simbólica. Y esa forma —cuando se vuelve narrativa— permite contar historias que no imitan la vida, sino que la revelan.


Es ahí donde la narrativa simbólica se vuelve más que una estrategia: se convierte en una vía de expresión del alma, una forma de transformar vivencias en lenguaje arquetípico, y de dar cuerpo a lo que aún no había sido dicho.


En ese sentido, narrar no es solo contar.

Es traducir, integrar, sanar.

Desde el símbolo.

Con el alma.


Un hombre de pie frente a un espejo contempla su reflejo, que muestra el rostro de una mujer. Imagen que representa la integración del arquetipo del Ánima y el Ánimus en la narrativa simbólica de Jung.
Ánima/Ánimus en la narrativa simbólica de Jung, donde el reflejo revela la otra mitad de la psique.

¿Por qué los arquetipos? La integración del alma y la visión simbólica


Para Jung, los arquetipos no eran conceptos para estudiar desde afuera. Eran fuerzas vivas que necesitaban ser reconocidas, escuchadas, integradas. En ellos encontró no una teoría, sino un camino. Un lenguaje del alma que se manifiesta cuando la vida nos empuja a transformarnos.


El trabajo con los arquetipos es, en esencia, un proceso de sanación e integración. Porque lo que se manifiesta como conflicto —una crisis, un síntoma, una figura onírica— muchas veces es una parte del alma buscando ser mirada. Integrar un arquetipo no significa controlarlo, sino dejar de excluirlo. Darle lugar. Comprender que también es uno.


Jung llamó a ese recorrido el proceso de individuación: el viaje interior hacia el sí-mismo. No hacia una perfección ideal, sino hacia una totalidad viva, donde las polaridades conviven y el yo se alinea con su centro profundo. Es un viaje simbólico, lleno de pruebas, revelaciones, retornos. Un viaje en espiral. Un camino que, en muchos casos, encuentra su expresión más clara a través de una narrativa simbólica coherente y auténtica de nosotros mismos.


Pero no es un proceso únicamente personal. Lo que uno integra, también transforma el inconsciente colectivo. Cada acto de conciencia, cada símbolo encarnado, contribuye a sanar la imagen del alma en el mundo. Los arquetipos junguianos son puentes: entre lo individual y lo colectivo, entre lo antiguo y lo nuevo, entre lo que fuimos y lo que podemos ser.


Por eso su presencia es tan potente en el arte, en el cine, en la literatura, en los mitos. La creación simbólica es el territorio natural del arquetipo. Y para quien crea, narra, diseña, dirige, escribe o imagina, conocer estas formas es descubrir la arquitectura profunda de toda historia. No como fórmula, sino como memoria viva. En ese sentido, los arquetipos sostienen un verdadero storytelling con propósito.


El legado de Jung no es solo un sistema psicológico. Es una llave simbólica. Una invitación a mirar de otro modo, a narrar con más alma, a vivir desde un centro más profundo.


Y desde esa puerta abierta, entraremos ahora en otra voz: Carol S. Pearson, quien desarrolló una visión del arquetipo como fuerza interior en constante evolución. No se limitó a estudiar sus formas, sino que las convirtió en mapa vivo del desarrollo humano. Su propuesta nos invita a reconocer qué arquetipos se activan en distintos ciclos de la vida, y cómo ese reconocimiento puede ayudarnos a vivir con más conciencia, sentido y poder simbólico, y revelar, en el transito, narrativas con profundo sentido.




📚 Recursos recomendados


Si este artículo te abrió una puerta hacia la narrativa simbólica, estos contenidos te permitirán profundizar en el pensamiento de Carl Gustav Jung, los arquetipos junguianos y el valor transformador del símbolo como lenguaje del alma:


🔰 En los orígenes del arquetipo: una serie desde Jung hasta Nichols en la narrativa simbólica

Introducción a la serie. Una mirada general sobre el arquetipo como forma viva del alma y su relevancia en el relato, la creación y la imagen interior.


🔔 En los orígenes del arquetipo: las doce voces interiores de la narrativa simbolica según Carol S. Pearson

Explora los doce arquetipos universales como herramientas para comprender la narrativa interior que guía nuestra vida.


🔮 En los orígenes del arquetipo: el tarot como narrativa simbólica del alma según Sallie Nichols

Una lectura del tarot como mapa psíquico, donde cada imagen refleja un tránsito interior. Nichols propone habitar los arcanos como símbolos vivos del proceso de individuación.


🌌 En los orígenes del arquetipo: habitar la narrativa simbólica con James Hillman

Una invitación a vivir el símbolo desde lo poético y lo imaginal. Hillman propone un alma que se expresa a través de imágenes, no conceptos.




🌍 Referencias externas esenciales


Un clásico imprescindible donde Jung y sus colaboradores explican el rol de los símbolos y los arquetipos en la vida cotidiana y la psique.


La obra más íntima y visionaria de Jung, donde el símbolo se convierte en relato e imagen viva del alma.


Artículo introductorio que contextualiza el pensamiento de Jung sobre los arquetipos desde la psicología contemporánea.

Una conversación con uno de los grandes intérpretes de Jung, sobre el viaje interior, el héroe y el símbolo.


✍️ Otros recursos del autor


📖 Branded content con alma: guía para relatos auténticos que realmente conectan

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